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martes, 17 de mayo de 2011

Banderas de nuestros padres · Un cuento extremeño para la democracia

BANDERAS DE NUESTROS PADRES (Un cuento extremeño para la democracia)
Nuestros padres se acicalaban, se ponían el traje de domingo y se llamaban unos a otros de puerta en puerta; todavía no era muy común el uso del teléfono (recuerdo que, concretamente en nuestra casa, era costumbre que se atendiesen llamadas de la vecindad y no nos resultaba nada desagradable). Con cierto nerviosismo, les veíamos fumar un cigarrillo tras otro, mientras departían en el zaguán de la puerta de casa, en tanto que nosotros veíamos los dibujos que tocasen, Marco, Heidi o Mazinger Z, con nuestros hermanos o nuestros vecinos.
Como por distraerse, nuestros padres hablaban del tiempo, que qué suerte con este fresquito, y luego volvían a traer al retortero el tema de las pancartas, que quién las habría pintado, que dónde había que recogerlas, que cómo irían organizados y tal. Había vecinos de toda condición; de los que se dejaban ver por misa a diario y de los que maldecían al clero a la mínima que tomaban la palabra, había enchaquetados que ríase usted de Antonio Alcántara, y personas que no traían otra vestidura que la humilde camisa blanca de las gentes del campo.
Para eso de las once, las voces de los congregados no nos permitían escuchar los dibujos, pero nos contagiaban euforia, euforia esperanzadora que desde el zaguán inundaba hasta los rincones más fríos de la casa.
- ¿Adónde va papá?
- A una manifestación.
En los últimos días habíamos escuchado hasta la saciedad aquella palabra tabú.
De hecho llevaban cosa de una semana preparándola en cada barrio.
Recuerdo un señor que se había fabricado él mismo un cartel con unos cartones y un palo de escoba, en donde podía leerse: "POR LA LIVERTAD Y LA DEMOCRACIA". Con educación y muchísimo respeto, los maestros transformaron la "V" en una "B", algo humilde y amorfa, pero expresiva y valiente, quizá más que todas las otras.
- ¿Pasarán por la calle?
- Me parece que sí... ¿pasaréis por la calle?
- Sí, bueno, por la de al lado.
De pronto se marcharon todos y quedaron flotando en el pasillo perfumes de toda especie y humo de tabaco de toda especie también. Calle abajo, algún despistado miraba su reloj y se unía al grupo que le conduciría hasta la plaza de la Iglesia.
Los dibujos animados terminaron y mamá nos hizo limpiar los rosetones del cola-cao. Después buscamos, en un diccionario de aquellos Sopena, los significados de "libertad" y "democracia".
No recuerdo con exactitud cuál era la definición que aparecía en el diccionario, pero tampoco nos quedó demasiado satisfechos.
Luego, en cuartillas y folios dibujamos pancartas que luego encasquetamos a nuestros sufridos clicks. Por primera vez, aquellos muñecos insulsos, exponentes del naïf, se rebelaban contra algo. Quizá contra nuestro empeño de jugar con ellos a cualquier cosa, con tal de que nos entretuviesen la mañana del domingo.
Cuando ya nos hubimos aburrido de jugar y de esperar, llegó por fin una vecina a dar a la puerta.
- ¡Vienen por ahí!
En efecto: pasaron todos callados, muy serios, sin muchedumbre que se asomase a las calles, sin vítores ni marchas rimbombantes. Solo caminaron y caminaron, como aquellos personajes de El discreto encanto de la burguesía que iban de sueño en sueño, aunque estoy seguro de que llevaban la conciencia mucho más tranquila.
Nuestros padres tenían la completa seguridad de que estaban reivindicando un futuro mejor para sus hijos.
Y en medio de todas las pancartas, con más agitación que ninguna, se exhibía aquella libertad a la que ni siquiera la mala ortografía logró poner mordaza.